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Anabel Rivera deslumbra en la IV Bienal de Flamenco de Cádiz, Jerez y Los Puertos con un recital cargado de alma

La IV Bienal de Flamenco de Cádiz, Jerez y Los Puertos ha dado este fin de semana su primer golpe de compás. Lo hizo con una noche de las que se recuerdan, de las que ponen al público en pie y hacen respirar al cante por los rincones. En el escenario del Centro Cultural Flamenco La Merced, Anabel Rivera encendió la llama con un recital que fue mucho más que una actuación: una declaración de amor a su tierra y a la herencia flamenca que la sostiene. Desde el arrullo inicial de una nana íntima, Rivera se adentró en un recorrido sonoro que transitó por alegrías, malagueñas, tangos y seguiriyas, en un ejercicio de hondura y templanza que confirmó su madurez artística. La cantaora gaditana se mostró sólida, sensible y dueña de un registro que equilibra lo antiguo y lo nuevo con naturalidad, sin concesiones al artificio. El eco de María Vargas La Bienal dedica esta edición a María Vargas, la cantaora sanluqueña cuya huella sigue viva en los escenarios y en la memoria colectiva. Anabel Rivera quiso rendirle tributo con la rumba Amarillo Limón, uno de los temas más emblemáticos de Vargas. No hizo falta mucho más: los primeros acordes bastaron para que el público entendiera el gesto y acompañara a la artista con una emoción contenida. Fue un momento de comunión, de esas escenas donde el cante se vuelve recuerdo compartido. El cierre, por bulerías, fue pura celebración. La gaditana, ya en plenitud, desató el compás y la alegría en un fin de fiesta que convirtió el teatro en una reunión de almas flamencas. No hubo artificio,...
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