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7 cosas que no sabías sobre el mantón de Manila (y por qué vale más que tu abrigo de marca)

7 cosas que no sabías sobre el mantón de Manila (y por qué vale más que tu abrigo de marca)

Si alguna vez has estado en España, seguramente te has cruzado con un mantón de Manila. Esos mantones grandes, con bordados coloridos y flecos que parecen no tener fin. Pero, ¿qué sabes realmente sobre ellos? ¿De dónde vienen? ¿Por qué valen una fortuna y no son solo un capricho más? Si pensabas que solo eran un complemento folclórico más, prepárate para descubrir siete datos que te harán verlos con otros ojos.

1. No nacieron en España ni en Manila

El nombre puede confundir. Se llaman mantones de Manila porque los barcos que los traían desde Asia hacían parada en esa ciudad filipina. Pero no, los mantones no se inventaron allí, ni mucho menos. Su origen real está en China, en la dinastía Shang, hace más de 3000 años. Allí ya bordaban seda con dibujos complejos, pero no era parte de su vestimenta tradicional. Fue en España donde este textil empezó a cobrar identidad y alma.

2. Manila fue solo la escala de un viaje milenario

Aunque parezca la protagonista, Manila no bordó ni un solo hilo. Fue simplemente la primera parada en una ruta mucho más larga y antigua. Cuando los españoles fundaron su colonia en 1571, abrieron la puerta a los comerciantes chinos, que llegaban cargados de maravillas: colchas bordadas, sedas hiladas, tapices cuadrados… productos cotidianos en la élite china, pero exóticos en Europa.

Desde allí empezó el trasiego de mantones hacia la península, primero con escala por América y después, a partir del siglo XVIII, directo a Sevilla bordeando África. A lo largo del camino, el mantón se fue “españolizando”: perdió escenas budistas, ganó flores, y se adornó con flecos largos del mismo color que la seda. Lo que llegó a nuestras manos era ya un mestizaje cultural hecho tela, con aire oriental pero alma andaluza.

3. En el flamenco, el mantón no es un simple adorno

Si has visto una bailaora con un mantón, sabes que ese paño no está ahí para hacer bonito. Es parte del baile. Se lanza, se recoge, se extiende y se convierte en una prolongación del cuerpo. Las grandes del flamenco, como Sara Baras o Eva Yerbabuena, lo manejan con una técnica tan depurada que podría confundirse con un arma coreográfica. Un mal movimiento y el mantón puede ser un estorbo. Dominarlo, por lo tanto, es un arte en sí mismo.

4. El bordado no tiene truco: es por ambos lados

Uno de los detalles que diferencia un mantón auténtico de uno barato es que el bordado está hecho por ambas caras. Sí, por delante y por detrás. No hay una parte “fea”. Esto no lo hacen las máquinas, ni siquiera muchos talleres industriales. Solo las manos expertas pueden lograr ese efecto de bordado perfecto que se ve igual por los dos lados.

5. Los flecos son tan importantes como el propio bordado

Es fácil pasar por alto los flecos, pero son vitales para el movimiento y la estética del mantón. Estos flecos no se cosen; se hacen a mano, con nudos de macramé uno a uno. Hay talleres en España donde se pasan días solo haciendo flecos antes de poner el primer hilo de seda. Sin flecos bien hechos, un mantón pierde su gracia y su “swing”.

6. Puede pesar hasta dos kilos

Contrariamente a lo que puedas imaginar, un mantón ligero no es mejor para bailar. El peso es fundamental para que el mantón caiga bien, no se enrede ni se arrugue cuando la bailaora lo lanza al aire. Dos kilos puede parecer mucho, pero es el equilibrio perfecto entre manejo y presencia.

7. Algunos mantones valen más que un coche

La artesanía y la historia detrás de un mantón de Manila se pagan. Los precios de uno auténtico y bien bordado oscilan entre 500 y 800 euros, pero hay piezas antiguas que han llegado a subastarse por más de 20.000 euros. No son solo mantones, son piezas de arte textil, herencia cultural y joyas históricas que se cuidan y se exhiben, no se usan a diario.


El mantón de Manila es mucho más que un simple pañuelo. Es un testimonio de historia, técnica y cultura que ha viajado miles de kilómetros, ha cambiado de continente y ha encontrado su lugar en las manos de las grandes del flamenco y en la memoria cultural de España. Así que la próxima vez que veas uno, recuerda: lo que tienes delante es una pieza con más historia que muchos libros, y un valor que va mucho más allá del precio.

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